martes, 30 de marzo de 2010

Roscos fritos a cuatro manos



Pues sí. ¿Qué mejor que una de roscos fritos para esta Semana? Pasaba frente a una de las muchas panaderías-pastelerías del pueblo y me dije: «Oye ¿por qué no trajinas un rato y pruebas a hacer tus propios roscos?». Se lo propuse a mi hermana (H), que es otra trajinante, y nos juntamos en su casa, aprovechando que tenía unos días libres. El resultado: ¡aún más ricos de lo que parecen en la foto!

Partimos de la receta detodalavida: (por cada huevo) 3 cucharadas de azúcar, 3 cucharadas de aceite de oliva y 6 cucharadas de leche; además hay que tener una naranja a mano, mucha harina y levadura.

Antes de que yo llegara H ya había cocinado la cáscara de naranja en aceite, lo justo para coger el aroma y el sabor cítrico. Me prestó un delantal y nos metimos en faena.

Empecé batiendo 4 huevos en un bol hermoso, mientras ella preparaba el resto de ingredientes. Primero agregamos el azúcar, luego el aceite ya frío (que, sin haberlo previsto, contaba exactamente las 12 cucharadas que necesitábamos, ayyy); después la leche y, a poquitos, la harina (como era bizcochona solo le añadimos 1 sobre de levadura). A partir de aquí empezamos a turnarnos antes de que nos dieran agujetas. Por despiste, mezclamos harina normal con harina integral, pero no pasó nada (todo lo contrario; algunos cambios salen buenos ;-)

Aquello de echar harina parecía que no se iba a terminar nunca; H se agobió con la masa entre los dedos, llegó un momento en que no sentíamos las manos, o mejor, ¡nos quedamos sin manos!; incluso le pedimos a mi perra que nos echara una pata, pero ni caso; probamos a meter las varillas eléctricas, pero la obra de arte instantáneo que surgió en la ventana de la cocina nos hizo desistir. ¡Llegamos hasta a meterle la batidora!

Después de volcar la masa en el poyo y de mucha más harina, después de muchas risas y salpicaduras diversas en cara, pelo y zapatos, conseguimos que la masa estuviera perfecta, blandita y no pegajosa, con la consistencia justa para poder trabajarla. Hicimos bolitas con toda la masa y después las aplastamos un poco y con el dedo les hicimos el agujero en el centro.



Ya solo faltaba freírlas en abundante aceite, bastante caliente, hasta que se doraron (abrimos alguno al principio, para comprobar que estaban hechos por dentro). En un recipiente con azúcar y canela los rebozamos (bueno, eso lo hizo H) y los pusimos en una bandeja a enfriar.

Cosas que aprendimos de la experiencia: a seguir divirtiéndonos en la cocina; de aceite, mejor echar algo más de 3 cucharadas, para que la masa salga más suave; los roscos crudos tienen que ser pequeños y finos, ya que crecen bastante en la sartén; si apetece, se puede añadir a la masa un chorrito de anís.

A este ritmo y con estas ganas, nos vemos en el próximo mercado medieval ¡montando un puestecillo de dulces típicos!

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martes, 16 de marzo de 2010

Mi primer pudding



Esta es la historia de un bizcocho caído en desgracia, y de cómo la influencia latente de los programas de Arguiñano y la sabiduría siempre a mano de la mamma consiguieron crear un pudding perfecto.

Los culpables:

Migas de bizcocho incomprendido
2huevos batidos con alegría
3 o 4 cucharadas de azúcar
Un vaso de leche templada con rama de canela
Topping de caramelo

La cosa ocurrió así:

Una tarde fría de principios de marzo, la masa del bizcocho de pomelo, en su afán mediático de querer emular los últimos partes meteorológicos, inundó el poyo de la cocina, anegando parte de la hornilla y superando la frontera de la campana de extracción. El delantal se declaró zona catastrófica. La masa superviviente entró en el horno a regañadientes, pero, por circunstancias ajenas a mi optimismo, no dio a luz un bizcocho comestible (aunque su aroma cítrico era delicioso).

Como mi cabecita se negaba a dar por perdidos todos aquellos ingredientes, con la crisis apretando, conjuré a los espíritus de los fogones durante el sueño.

A la mañana siguiente triangulé datos y calculé proporciones, empezando por el bizcocho. Desmigué un par de trozos hermosos. Batí 2 huevos con 3 cucharadas de azúcar, mientras templaba 1 vaso de leche con una ramita de canela. En la leche, ya templada y retirada del fuego, eché las migas del bizcocho y dejé que se empaparan. Lo mezclé todo con cariño, puse en el fondo de un molde el caramelo líquido, y vertí el mejunje. Eché agua en una bandeja profunda y coloqué el molde encima, para cocinarlo en el horno al baño María (170-180 ºC durante aproximadamente 45 min).

La foto no me salió muy bien, pero el pudding… ¡tenéis que probarlo!

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